jueves, 28 de octubre de 2010

Haití en la mira...

He estado leyendo sus publicaciones electrónicas en el blog "Fronteras Paralelas" y quisiera hacerle algunos comentarios respecto de su última publicación titulada: "La voluntad de ser modernos". Debo decir que  mis reflexiones parten de una lectura de su texto poniéndolo en diálogo con el proceso de reconstrucción que tiene lugar en Haití, pues permítame comentarle que el caso haitiano es mi objeto de estudio desde hace ya algún tiempo. 



Dice usted: "Aseverar que el gremio aún tiene una voz privilegiada en la construcción de nuevos imaginarios espaciales como otrora, cuando daba imagen al Estado, es cuestionable. Actualmente, el Estado-nación se ha visto desplazado de este papel por el mercado y sus instituciones y es sustancial indagar sobre el papel de la colectividad como hacedora de imaginarios." Esa polifonía de voces que usted señala ingresa en la construcción y definición de "nuevos imaginarios espaciales", en efecto, podría mostrar el descentramiento del papel de unos "ilustrados" que generaban dicho imaginario, que luego era difundido por diversos dispositivos articulados al Estado-nación. Sin embargo, eso que usted llama "el papel de la colectividad como hacedora de imaginarios", considero que debe ser estudiado con más en detalle, puesto que, por ejemplo tomando el caso de Haití, tenemos que la reconstrucción de Puerto Príncipe no la están planeando arquitectos haitianos, ni el tema ha sido objeto de debate con participación de diversas organizacines, sino que pese a la debilidad del estado haitiano, la Comisión Interina de Reconstrucción de Haití (CIRH) y el gobierno son los que siguen deciendo quién crea esos "imaginarios espaciales". En este caso será  Duany Plater-Zyberk & Company. Ahora bien, los muchos haitianos que quedarán excluidos de esa "nueva" Puerto Príncipe, quizás deban emigrar hacia la periferia, creando allí sus barrios de invasión. Me pregunto entonces ¿a ese desplazamiento y marginalización no voluntaria es lo que podríamos definir como el "papel de la colectividad como hacedora de imaginarios" en Puerto Príncipe?


LAURA NATALIA MORENO SEGURA
Investigadora Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales
IEPRI
Magister en Estudios Políticos
Politóloga Universidad Nacional de Colombia

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Estimada Laura Natalia,
¡Muchas gracias por su mensaje! Lo que usted me comenta sobre Haití es sumamente interesante. Quisiera ofrecerle en la siguiente edición, más que una respuesta a su pregunta, una reflexión sobre el papel de la colectividad en la invención de imaginarios que pueda ayudarnos a pensar sobre el caso Haití.
Johanna L.



domingo, 24 de octubre de 2010

"México", como letrero...

Johanna L.

¿Es la arquitectura actor- red político? El arquitecto norteamericano Bernard Tshumi quien en los años setenta se formuló esta pregunta, esperando que la respuesta fuera "sí, la arquitectura detona acontecimientos y cambia sociedades" puntualizó, sin embargo, que el espacio arquitectónico per se es políticamente neutro. Un espacio asimétrico o un volumen puro no es más ni menos revolucionario sino hasta que un sentido le es dado por el acto retórico de "darle nombre". La construcción de barracas parisinas construidas por los estudiantes de la École des Beaux-Arts en 1968, no significaron nada en términos espaciales y políticos, hasta que a éstas les llamaron " la casa del Pueblo". La arquitectura internacional en México, quizás "no significó nada", o significó tantas cosas, hasta que pudo ser nombrada, curiosamente de manera similar, como "la casa del pueblo" (Ciudad Universitaria).

Pero entonces, ¿ se incorporó el acervo colectivo social de conocimiento mexicano y conformó un imaginario identitario - político? Este dialecto espacial entre tantos dialectos ¿finalmente se transformó en la lengua hegemónica, en la lengua nacional? Cuándo las barracas adquieren un nombre ¿es esto suficiente para cambiar los comportamientos ciudadanos?

Tres son los espacios públicos a los que los ciudadanos de la ciudad capital recurren para manifestarse políticamente:
a) a la glorieta del Ángel de la Independencia (columna neoclásica erigida en el periodo porfirista) para asuntos nacionales como victorias deportivas (¡!), opinión sobre política exterior y en la última década, inicios de campaña del partido conservador (PAN)
b) en el neocolonial "Zócalo" o Plaza de la Constitución ( antigua Plaza de Armas localizada que es el corazón político del centralismo nacional albergando a el Palacio Nacional) se manifiestan prácticamente todos los reclamos federales y nacionales que se puedan tener frente al Estado ( una "puesta en práctica" de la visión de lo público como contrapuesto al Estado)
Pabellón México, Hannover, 2000 (Ricardo & Victor Legorreta)

c) a la Plaza de la Tres Culturas, ( llamada así tras la construcción del edificio de Relaciones Exteriores en los años cincuenta integrándose así un edificio Internacional a los edificios adyacentes: una pirámide y un convento colonial). En este lugar se llevó a cabo el 2 de octubre de 1968 la masacre de estudiantes universitarios y bachilleres. El espacio, nunca antes utilizado para concentraciones políticas, a partir de este acontecimiento se transforma en las últimas décadas en el punto de partida para las manifestaciones de la izquierda mexicana. La población le incorporó a partir de los años setenta un nuevo sentido, le dio un nombre a este espacio público tri- identitario: "el México moderno de la izquierda".

¿La arquitectura Internacional dio nombre a este México? Eric Hobsbawm considera que "un internacionalismo de la clase obrera no es alternativa a una conciencia política nacional" y por ello pueden cohabitar sin anularse. Me viene a la mente el Pabellón mexicano en la Exposición Universal de Hannover 2000: una caja de cristal, un cubo puro, un no lugar cuyo único elemento distintivo nacional fue un letrero, "México".

La construcción del espejo (II.a)

Si concedemos que las fronteras entre lo extranjero y lo propio no son esencias identitarias fijas, sino dinámicas de mutua construcción de cultura, podríamos preguntarnos de qué depende la mayor o menor porosidad de estas fronteras.

Aventuro una hipótesis: depende de los actores - red que participen en la existencia de esos imaginarios reconfigurados. Es decir, en todos aquellos actantes a través de los cuáles el imaginario identitario a partir de la arquitectura es el producto de un proceso.

Pero ¿qué es un actante y cómo las identidades pueden ser consideradas como tal? ( continuará )

miércoles, 13 de octubre de 2010


Comentario a La construcción del espejo (1) de Johanna L.



Miguel Algarra

Si aceptamos que: "Man dwells when he can orientate himself within and identify himself with an environment, or, in short, when he experiences the environment as meaningful. Dwelling therefore implies something more than 'shelter'. It implies that the spaces where life occurs are 'places', in the true sense of the word. A place is a space that has character. Since ancient times the genius loci, or 'spirit of place' has been recognized as the concrete reality man has to face and come to terms with in his daily life" (Norberg-Schulz 1980)., entonces es probable que el emigrante reconfigure los espacios que obtiene en el nuevo territorio a partir de sus propios modos de significación y caracterización. Algo así como la invocación de un genius loci de “los imaginarios nacionalistas o identitarios”.  
Cualquier propuesta arquitectónica que se produce por los emigrados es en palabras de la autora: “una mirada y una apuesta intelectual”, como cualquier reto arquitectónico que asuma la tarea de edificar una suerte de soporte para darle sentido a nuestro “habitar” allí. Esto, sin olvidar, como bien lo indica ella, que “la arquitectura en cuanto a materia es en si misma neutra”. Por tanto, no tenemos una arquitectura que podamos definir como “de suyo extranjera”. Lo que se encuentra es la necesidad de darle sentido a la experiencia de habitar un lugar. Esa “apuesta intelectual” de construir un marco de sentido arquitectónico no se consolida si no se trazan estrategias para enrolar diferentes actores humanos y no-humanos en nuestro proyecto.  
Ese lugar desconocido para el emigrado, en medio de la empresa de convertirlo en un lugar “habitable”, se va volviendo un “nicho”, es decir: un espacio de adaptación a los flujos de mercancías culturales y materiales que llevan a afincar la presencia. Así que sin una acomodación al entorno, el proyecto del emigrado va a resultar imposible. En otras palabras, el proceso de creación de un lugar para habitar en vez de llevar a un alejamiento o separación, contribuye a la vinculación del extranjero en las dinámicas nativas que mantienen otros estados de cosas. El fenómeno subyacente es la creación de una arquitectura que debe ser entendida no sólo como el producto de los “imaginarios del emigrado”, sino de las relaciones exitosas que estableció con su entorno.  
Recapitulemos,  "all cultures have developed systems of orientation,... spatial structures which facilitate the development of a good environmental image" (Norberg-Schulz). Así que para lograr reconfigurar un mundo a través de la arquitectura se tiene que entrar en una especie de relación simbiótica con respecto a los canales de abastecimiento tanto de materiales como culturales que ya existen en el lugar, para que de esta manera, el “costo” relativo de un proyecto de “identidad simbólica” no lleve a un fracaso. La resignificación de un lugar por parte del emigrado tiene el costo de depender de la comprensión de las agencias nativas. Si entendemos estas vinculaciones como redes, entonces no encontraremos una arquitectura foránea más que como un ensamblaje profundamente atado a la red de producción de sentidos nativa. Sin duda, tal proceso no mantiene igual las redes locales y se dan fenómenos de transformaciones pendulares y simultaneas. 
Un fenómeno con una pizca de paradoja que muestra que nuestras concepciones deben replantearse a la hora de señalar como “extranjera” o “de emigrados” ciertos hitos arquitectónicos. Como señala Johanna L. “el imaginario del emigrante y del mundo cultural que le acoge, se reinventan mutuamente.” 
 12 de octubre 2010

lunes, 11 de octubre de 2010

La construcción del espejo (I)

Por Johanna L.  



¿Podríamos hablar de una arquitectura propia del emigrante, del transterrado, del extranjero? ¿Podemos identificar a partir del espacio, ese inmenso esfuerzo que implica la construcción y reconstrucción mentales de un origen, cuya verosimilitud se va desvaneciendo día a día entre lo que se imagina que es o fue y  lo que debería de ser? Más allá de la obra edificada y del personaje, ¿tenemos huellas de su existencia? Aquello que Juan Carlos Onetti definió en  La vida breve como  “una maniática  tarea de construir eternidades con elementos hechos de fugacidad, tránsito y olvido”.
No - o al menos no del todo -si nos limitamos a entender la arquitectura como un problema de formas, de taxonomías, de fachadas o de textos en piedra de proféticos exégetas. Pensar en términos estilísticos sobre las arquitecturas mexicanas producto de la emigración –sean éstas el aporte de un imaginario al nuevo contexto cultural o su adaptación a éste –es someterles a un reduccionismo estético insostenible. Poco se aporta al estudio de estos complejos imaginarios culturales, el taxonomizarles como arquitecturas extranjeras, híbridas o incluirles en el cajón de sastre de una visión que sólo reconoce “neos” e “ismos” para explicar la porosa frontera que en los fenómenos migratorios define al nosotros y al otro.






© Johanna Lozoya
Tampoco es un asunto de valores compositivos y verdades canónicas. Suponer que un espacio simétrico, por ejemplo, es más democrático que uno asimétrico o que la monumentalidad es fascista y el minimalismo es “moderno” es un absurdo.  No hay tal, la arquitectura en cuanto a materia es en si misma neutra. Más allá de la materia, de la edificación misma que perfila cualquier horizonte espacial, la arquitectura es principalmente una mirada y una apuesta intelectual. Es decir, una invención cultural que carga de sentido a un selección de formas sin nombre ni apellido a partir de la cual se construye una narrativa. Las arquitecturas mexicanas producto de la migración no son un catálogo de nuevas y extrañas edificaciones, sino la construcción de una mirada frente a un espejo: la del emigrante que se reconfigura.
Si esto es así, ¿podemos entonces reconocer en el espacio la representación de esta reconfiguración? Pienso que sí, en términos primarios. Es usual que la comunidad o el individuo emigrantes se reconfiguren bajo la creencia de poseer imaginarios identitarios esenciales que se pierden en la profundidad del tiempo. La fe en las tradiciones y costumbres nacionales o regionales, religiosas y familiares se resguarda en la reconfiguración y puede expresarse espacialmente de múltiples y reconocibles maneras. La taxonomización estilística y tipológica, en buena medida, echa mano de esta primaria reproducción de imaginarios identitarios. 

Ahora bien, bajo mi punto de vista hay un fenómeno de invención identitaria a partir del espacio del emigrante mucho más interesante y compleja: la reconfiguración de este imaginario como la construcción de una red. Una, en la que el imaginario del emigrante y del mundo cultural que le acoge, se reinventan mutuamente.  
Partamos de la siguiente idea: la reconfiguración de la mirada del emigrante no es un fenómeno privado detonado a intramuros de un espacio. La dinámica implica al otro y a su mundo cultural. Depende de la porosidad de las fronteras entre ambos mundos la capacidad de adaptación de unos y la capacidad de incorporación de otros. Pero éste es un tránsito de imaginarios de ida y vuelta; llamémosle así. Un tránsito en el que la arquitectura no es sólo representación de un imaginario, sino una detonadora de imaginarios. 
 En principio, esta idea puede no ser especialmente novedosa. Ya en los años setenta el arquitecto norteamericano Bernard Tschumi y buena parte de su generación, pensó arquitectura como "un detonador de acontecimientos": un actor político capaz de alterar a la sociedad y a sus estructuras. Una conceptualización ontológica del espacio que a principios del siglo XX también se puede encontrar en el pensamiento de Paul Scheerbart. Éste artista del Expresionismo alemán reflexionó sobre el impacto social de las nuevas construcciones de cristal en las ciudades europeas y concluyó que la influencia del entorno espacial en el desarrollo de la cultura era tan fundamental, que para elevar a ésta última a un nivel superior, la arquitectura debía obligatoriamente transformarse. “Nuestra cultura es en gran medida el producto de nuestra arquitectura" escribe en Glasarchitekture (1914). Se puede considerar, por ejemplo, que como un actor-detonador político, la arquitectura de la emigración no sólo representa cultura sino que también la crea: provee de múltiples imaginarios culturales, inventa ciudad, constituye redes e imagina comunidad. 

Ahora bien, esta arquitectura, como se ha señalado, es producto de un imaginario identitario en un particular proceso de transformación. Un proceso en el cual participan  los imaginarios del emigrante y aquellos del lugar y cultura en los que se encuentra emplazado la nueva comunidad o individuo. La construcción del espejo a partir de la arquitectura es, entonces, el tránsito de estos espacios/actor que alteran y crean cultura en ambos sentidos. Si concedemos que las fronteras entre lo extranjero y lo propio  no son esencias identitarias fijas sino dinámicas de mutua construcción de cultura, podríamos preguntarnos de qué depende la mayor o menor porosidad de estas fronteras. Esto es decir, en qué depende la mayor o menor reconfiguración identitaria de ambos mundos.
Aventuro una hipótesis: depende de las redes que participan en la existencia de esos imaginarios reconfigurados. Es decir, en todos aquellos elementos a través de los cuáles el imaginario identitario a partir de la arquitectura es un proceso.

(continúa en siguiente entrada )


fragmento de Johanna Lozoya, "La construcción del espejo. Reflexiones sobre inmigración y arquitectura", en Los mexicanos que nos dio el mundo, 2010. 





lunes, 4 de octubre de 2010

La voluntad de ser modernos



Ciudad de México © Fondo Casasola
Las gentes de Danzig, opinaba el crítico de arte Hermann Bahr en 1914, era una casta bien preparada de la que se podía exigir sin temor lo que para espíritus inciertos fuese tal vez peligroso. Por ello no dudaba nunca en darles una conferencia sobre expresionismo, y teniendo un estómago magnífico, como aseguraba, también podían digerir el futurismo. Digerir la modernidad, o al menos aquello que las vanguardias artísticas de los años veinte denominaron con este concepto, fue un proceso condicionado por la creación de un nuevo lenguaje estético y de “un nuevo pueblo”. Acortar las distancias entre el pueblo y los ilustrados es una condición primigenia; a partir de una reestructuración en los sistemas comunicativos y representativos del arte, la masa podría reconocer como propio el mundo mental de la clase intelectual. O, al menos, eso era el esquema deseado por las vanguardias. Al contrario, a la gente, dice Bahr, se le ha educado para considerar únicamente obra de arte lo que le recuerda un ejemplo en la escuela, cuando que el arte moderno presenta una serie de características que dificultan su reconocimiento popular: tiene la voluntad de ser “siempre nuevo” y utiliza un lenguaje abstracto. La obra de arte moderna en Danzig, dice el crítico, es para el pueblo, “cualquier cosa que no haya existido antes y esto lo nota ante su propio espanto”.



Por miedo a quedar en ridículo ha superado esta educación, y desde entonces sólo considera obra de arte lo que no le recuerda a nada. Por ello a la obra que hoy defiende apasionadamente deja de serle fiel mañana precisamente porque sólo le apasiona mientras sigue siendo lo más moderno, y siempre teme que entre tanto algo más moderno aún haya desplazado ya a eso más moderno [...].Jamás ha resultado tan difícil, tan fatigoso, ser un filisteo de la cultura.


...

En la diálectica regionalismo y globalización, reaparece el tema del caos en la actual historiografía arquitectónica mexicana. En la denominada “orientación mundial”, el regionalismo se fortalece en las mesas de debates frente al desarrollo de arquitecturas globales y no lugares que definen hoy por hoy nuevas coordenadas antropológicas del espacio. Para el gremio arquitectónico mexicano y sus instituciones, la proliferación de la arquitectura global como imagen identitaria le resulta desde una imagen inquietante hasta una peligrosa amenaza del imperialismo; la realidad es que hay una colectividad urbana o, si se quiere, una parte importante de la colectividad urbana que se reconoce en esa imagen. 

El incremento en Latinoamérica de los estudios histórico-regionales sobre aquitectura en comparación con el material publicado en los ochenta sobre otras áreas de la disciplina son indicativos. El Centro de Documentación en Arquitectura Latinoamericana registra en 1996, 1 595 títulos (libros) sobre arquitectura latinoamericana publicados entre 1980 y 1993, mientras que el ISBN español en el mismo periodo registró 814 títulos sobre arquitectura en general, 27 sobre arquitectura española (“regional”) y no llegan a una decena los títulos sobre lo que se podría pensar como “arquitectura europea”. Del total de publicaciones latinoamericanas 51 por ciento corresponde a temáticas históricas regionales y nacionales. Estos estudios corresponden prácticamente por partes iguales al periodo del siglo XX y a un “paquete cronológico” que va de los siglos XVI al XIX. Una situación inversa a la de los años setenta, en los que predominó el imaginario internacional en la historiografía latinoamericana cuando en el ámbito europeo el interés histórico se centró en las temáticas nacionales, culturales y regionales. La paridad cuantitativa actual entre los temas regionales o concentrados en un particularismo nacionalista y las temáticas sobre arquitectura “global” o fenómenos de la globalización espacial es notoria, sobre todo porque más allá de representar el agotamiento de una historiografía concentradada durante todo el siglo XX en la saga del movimiento moderno, diagnostica fundamentalmente un proceso de reconfiguración de imaginarios históricos y de escritura de nuevas y múltiples sagas regionalistas. De hecho, es posible que el foco más importante en estos momentos de resistencia a los avances a la ambigua definición de globalización cultural sea Latinoamérica. (...)
Nueva York © Johanna Lozoya

 La confrontación entre un imaginario de élite (gremio) que asume la tarea intelectual y social de inventar incansablemente “modernidad” y la ignorancia de “el pueblo” es un tema recurrente. Aseverar que el gremio aún tiene una voz privilegiada en la construcción de nuevos imaginarios espaciales como otrora, cuando daba imagen al Estado, es cuestionable. Actualmente, el Estado-nación se ha visto desplazado de este papel por el mercado y sus instituciones y es sustancial indagar sobre el papel de la colectividad como hacedora de imaginarios. Sin embargo, frente a la discusión sobre el regionalismo se están perfilando las mismas estrategias identitarias. Si en la identidad nacional a partir de los años treinta se unificó en México una heterogeneidad estructural a través de una fuerte presencia del Estado en la sociedad, debe interrogarse sobre la naturaleza de una nueva figura de poder y pensar al menos en la construcción de nuevas identidades a partir de la colectividad, en las dinámicas de representación de la sociedad civil y cívica actual, en formas de hipertradicionalismo y eclecticismo como una representación popular de modernidad. Los “expertos” entrenados para asumir la función censora, canonizadora, sistematizadora y pedagógica, son cada vez más difíciles de definir. El proceso actual de tipificación de imágenes controlado por instituciones, contexto social y grupos de poder muestra un esquema más complejo donde la viabilidad de las figuras identitarias estructurales, como la historia, son cuestionadas, así como la formación de imaginarios identitarios y acervos sociales de conocimiento a partir de la misma colectividad. 

En estos momentos, difícilmente se puede visualizar el fenómeno como lo hiciera la versión marxista del internacionalismo, es decir, la afirmación del proletariado como clase internacional y la burguesía como clase nacional, sobre todo cuando ciertas burguesías han terminado por adoptar el internacionalismo como imagen nacional a pesar de que en sociedades dependendientes aquella relación se ha alterado hasta identificar al proletariado y a las clases populares como las únicas clases nacionales portadoras de un proyecto de in dependencia nacional. En el esquema marxista el pensar lo simbólico dentro de las fronteras de clase es poco elástico, insuficiente, donde difícilmente se pueden entender los efectos del orden simbólico sobre las relaciones sociales de otra forma que no sea como movimiento de retorno sobre ellas. Este esquema, que priva en la historia e imaginarios del gremio arquitectónico, se tambalea; es demasiado inquietante para un gremio que ha cultivado la hagiografía arquitectónica y las bellas artes preguntarse sobre su rectoría en la buena educación de las almas. ¿Tendrá alguna?

Johanna Lozoya, El mestizaje como argumento arquitectónico, México, CONACULTA, 2010.