"¿Podemos hablar de un carácter latinoamericano? Quien haya recorrido el territorio siendo modestamente sensible a las diferencias palpables de ver el mundo, desarrollo económico, autodefiniciones nacionales y parámetros políticos de éste, podrá conceder que Latinoamérica, más que una gran comunidad real delimitada por el río Bravo y la Patagonia, es una idea. Una idea formulada por múltiples, diversas, heterogéneas y no pocas veces contrarias comunidades imaginadas. Considerar al subcontinente como una férrea unidad histórico-cultural resulta un reduccionismo ideológico difícil de sostener. El mapa de la imaginada alma latinoamericana es muy complejo y no tiene por límites los elementales antagonismos que el escultor argentino Nicolás Isidro Bardas, por ejemplo, resaltaría en 1921 en la siguiente pintura del artista mexicano Adolfo Best Maugard.
Algunas de las figuras de sus cuadros son típicas y regionales. Así nos pinta a la hermosa india tehuana, esbelta, voluptuosa, caprichosa y mística como la selva tropical, o a las niñas cursis latinoamericanas con sus ojos melancólicos como el valle de México, llevando impreso, entre tantas virtudes, el salvajismo indígena y la hipocresía española. Pobres criaturas, hijas de prejuicios y del dolor que pueblan a Hispanoamérica.
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Ecuador © Johanna Lozoya |
América Latina es una red de fronteras mucho más íntimas, cotidianas e inmediatas que definen la hermandad o la otredad entre las propias naciones que la conforman. Las fronteras de este mundo, a mi parecer, no las caracteriza esa suerte de coraza cultural común que ha promovido el latinoamericanismo ideológico contra el imperialismo
yankee, la globalización económico-cultural contemporánea o la amenaza china. Cierto es que por un brevísimo espacio de tiempo podemos presenciar la influencia de este imaginario político en la memoria colectiva, cuando en las canchas deportivas se lanza, como si de un sortilegio se tratase, un grito al unísono. Pero esto ocurre más en el ámbito simbólico que en la política o en la economía, en las cuales lo latinoamericano es un cúmulo de mudas desavenencias íntimas, de afinidades sutiles y de desconfianza mutua. Quizás el artificio de una coraza común hacia el exterior no ha sido especialmente eficaz como herramienta identitaria política al interior latinoamericano. Cabría cuestionarse esta posibilidad frente a la actual dificultad para lograr acuerdos en la región para establecer una comunidad económica latinoamericana.
Ahora bien, si consideramos el alma latinoamericana como una invención, sí que podremos encontrar similitudes entre los imaginarios de algunas fronteras íntimas y los de la gran coraza. Estas fronteras identitarias son paralelas, trabajan simultáneamente y perfilan a través de sus imaginarios el rostro cultural de lejanas y cercanas otredades. Esto es posible por la interacción, creo yo, de sus propias construcciones historiográficas.
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Las identidades son invenciones culturales útiles para trazar fronteras, autodefinirse y lograr una cohesión social suficientemente fuerte que permita tender puentes o construir murallas hacia la otredad. Pero las identidades no son formas culturales fijas y su implementación es tan mutable y dinámica como la existencia misma. Son invenciones absolutamente elásticas si se les permite esta posibilidad. ¿Cómo hacerlo? Se debe deconstruir y analizar críticamente su "estructura ósea": la historia. Las identidades, cualesquiera, se sustentan en construcciones narrativas."
Johanna Lozoya, Ciudades sitiadas. Cien años a través de una metáfora arquitectónica, Tusquets Editores, México, 2010. ISBN 9-786074-211795