lunes, 4 de octubre de 2010

La voluntad de ser modernos



Ciudad de México © Fondo Casasola
Las gentes de Danzig, opinaba el crítico de arte Hermann Bahr en 1914, era una casta bien preparada de la que se podía exigir sin temor lo que para espíritus inciertos fuese tal vez peligroso. Por ello no dudaba nunca en darles una conferencia sobre expresionismo, y teniendo un estómago magnífico, como aseguraba, también podían digerir el futurismo. Digerir la modernidad, o al menos aquello que las vanguardias artísticas de los años veinte denominaron con este concepto, fue un proceso condicionado por la creación de un nuevo lenguaje estético y de “un nuevo pueblo”. Acortar las distancias entre el pueblo y los ilustrados es una condición primigenia; a partir de una reestructuración en los sistemas comunicativos y representativos del arte, la masa podría reconocer como propio el mundo mental de la clase intelectual. O, al menos, eso era el esquema deseado por las vanguardias. Al contrario, a la gente, dice Bahr, se le ha educado para considerar únicamente obra de arte lo que le recuerda un ejemplo en la escuela, cuando que el arte moderno presenta una serie de características que dificultan su reconocimiento popular: tiene la voluntad de ser “siempre nuevo” y utiliza un lenguaje abstracto. La obra de arte moderna en Danzig, dice el crítico, es para el pueblo, “cualquier cosa que no haya existido antes y esto lo nota ante su propio espanto”.



Por miedo a quedar en ridículo ha superado esta educación, y desde entonces sólo considera obra de arte lo que no le recuerda a nada. Por ello a la obra que hoy defiende apasionadamente deja de serle fiel mañana precisamente porque sólo le apasiona mientras sigue siendo lo más moderno, y siempre teme que entre tanto algo más moderno aún haya desplazado ya a eso más moderno [...].Jamás ha resultado tan difícil, tan fatigoso, ser un filisteo de la cultura.


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En la diálectica regionalismo y globalización, reaparece el tema del caos en la actual historiografía arquitectónica mexicana. En la denominada “orientación mundial”, el regionalismo se fortalece en las mesas de debates frente al desarrollo de arquitecturas globales y no lugares que definen hoy por hoy nuevas coordenadas antropológicas del espacio. Para el gremio arquitectónico mexicano y sus instituciones, la proliferación de la arquitectura global como imagen identitaria le resulta desde una imagen inquietante hasta una peligrosa amenaza del imperialismo; la realidad es que hay una colectividad urbana o, si se quiere, una parte importante de la colectividad urbana que se reconoce en esa imagen. 

El incremento en Latinoamérica de los estudios histórico-regionales sobre aquitectura en comparación con el material publicado en los ochenta sobre otras áreas de la disciplina son indicativos. El Centro de Documentación en Arquitectura Latinoamericana registra en 1996, 1 595 títulos (libros) sobre arquitectura latinoamericana publicados entre 1980 y 1993, mientras que el ISBN español en el mismo periodo registró 814 títulos sobre arquitectura en general, 27 sobre arquitectura española (“regional”) y no llegan a una decena los títulos sobre lo que se podría pensar como “arquitectura europea”. Del total de publicaciones latinoamericanas 51 por ciento corresponde a temáticas históricas regionales y nacionales. Estos estudios corresponden prácticamente por partes iguales al periodo del siglo XX y a un “paquete cronológico” que va de los siglos XVI al XIX. Una situación inversa a la de los años setenta, en los que predominó el imaginario internacional en la historiografía latinoamericana cuando en el ámbito europeo el interés histórico se centró en las temáticas nacionales, culturales y regionales. La paridad cuantitativa actual entre los temas regionales o concentrados en un particularismo nacionalista y las temáticas sobre arquitectura “global” o fenómenos de la globalización espacial es notoria, sobre todo porque más allá de representar el agotamiento de una historiografía concentradada durante todo el siglo XX en la saga del movimiento moderno, diagnostica fundamentalmente un proceso de reconfiguración de imaginarios históricos y de escritura de nuevas y múltiples sagas regionalistas. De hecho, es posible que el foco más importante en estos momentos de resistencia a los avances a la ambigua definición de globalización cultural sea Latinoamérica. (...)
Nueva York © Johanna Lozoya

 La confrontación entre un imaginario de élite (gremio) que asume la tarea intelectual y social de inventar incansablemente “modernidad” y la ignorancia de “el pueblo” es un tema recurrente. Aseverar que el gremio aún tiene una voz privilegiada en la construcción de nuevos imaginarios espaciales como otrora, cuando daba imagen al Estado, es cuestionable. Actualmente, el Estado-nación se ha visto desplazado de este papel por el mercado y sus instituciones y es sustancial indagar sobre el papel de la colectividad como hacedora de imaginarios. Sin embargo, frente a la discusión sobre el regionalismo se están perfilando las mismas estrategias identitarias. Si en la identidad nacional a partir de los años treinta se unificó en México una heterogeneidad estructural a través de una fuerte presencia del Estado en la sociedad, debe interrogarse sobre la naturaleza de una nueva figura de poder y pensar al menos en la construcción de nuevas identidades a partir de la colectividad, en las dinámicas de representación de la sociedad civil y cívica actual, en formas de hipertradicionalismo y eclecticismo como una representación popular de modernidad. Los “expertos” entrenados para asumir la función censora, canonizadora, sistematizadora y pedagógica, son cada vez más difíciles de definir. El proceso actual de tipificación de imágenes controlado por instituciones, contexto social y grupos de poder muestra un esquema más complejo donde la viabilidad de las figuras identitarias estructurales, como la historia, son cuestionadas, así como la formación de imaginarios identitarios y acervos sociales de conocimiento a partir de la misma colectividad. 

En estos momentos, difícilmente se puede visualizar el fenómeno como lo hiciera la versión marxista del internacionalismo, es decir, la afirmación del proletariado como clase internacional y la burguesía como clase nacional, sobre todo cuando ciertas burguesías han terminado por adoptar el internacionalismo como imagen nacional a pesar de que en sociedades dependendientes aquella relación se ha alterado hasta identificar al proletariado y a las clases populares como las únicas clases nacionales portadoras de un proyecto de in dependencia nacional. En el esquema marxista el pensar lo simbólico dentro de las fronteras de clase es poco elástico, insuficiente, donde difícilmente se pueden entender los efectos del orden simbólico sobre las relaciones sociales de otra forma que no sea como movimiento de retorno sobre ellas. Este esquema, que priva en la historia e imaginarios del gremio arquitectónico, se tambalea; es demasiado inquietante para un gremio que ha cultivado la hagiografía arquitectónica y las bellas artes preguntarse sobre su rectoría en la buena educación de las almas. ¿Tendrá alguna?

Johanna Lozoya, El mestizaje como argumento arquitectónico, México, CONACULTA, 2010.