jueves, 30 de diciembre de 2010

Las "pequeñas naciones"

"El mundo actual ofrece oportunidades antes desconocidas para el autogobierno de las pequeñas naciones. Las oportunidades para las pequeñas naciones están fuertemente vinculadas a la operación de vastos imperios democráticos, como los Estados Unidos de América o la Unión Europea. Son los bienes públicos de gran escala provistos por vastos imperios los que hacen una pequeña nación viable sin que tenga que formar un estado soberano.
La categoría " pequeña nación", tal como aquí será definida y utilizada, incluye países formalmente independientes de Europa, como Irlanda, Estonia, Letonia, Lituania y Eslovenia, que serían difícilmente viables fuera de un gran imperio, así como "territorios" o "regiones" dentro de grandes estados de tipo federal, como Baviera, Cataluña, Escocia, Flandes o Piamonte, y centenares de otros países con diversos estatutos oficiales en otras partes del mundo, desde Cachermira a Palestina o Quebec. Los imperios tradicionales como China u otros áreas muy extensas de magnitud comparable también podrían liberar pequeñas naciones si fuesen suficientemente eficientes en la provisión de bienes públicos de gran escala y se liberalizasen ellos mismos. En el resto del mundo, las naciones emergentes y los estados fallidos podrían conseguir más éxitos si fuesen capaces de construir vastas redes de tamaño "imperial" con fines económicos, de seguridad y de comunicación. 

Se identifican tres procesos de alcance mundial que afectan al "tamaño" de las unidades políticas viables, eficientes y democráticas y se establece una relación entre ellas. Primero, el número de países independientes y autónomos tiende a aumentar, lo cual hace que el tamaño de los países sea cada vez más pequeño. Mientras que había solamente unos 50 países independientes en el mundo a principios del siglo XX, hay casi 200 miembros de las Naciones Unidas a principios del siglo XXI. Además, hay más de 500 gobiernos de tamaño pequeño con asambleas legislativas electas dentro de vastos imperios o grandes estados federales. 
Segundo, el número de democracias también aumenta y se ha más que duplicado durante los últimos treinta años. Los países pequeños son democráticos en una proporción mucho más alta que los grandes estados. En un mundo con un gran número de pequeñas unidades políticas, desde finales del siglo XX, y por primera vez en la historia, la mayor parte de los humanos vive en regímenes democráticos o liberales. 
Tercero, los grandes estados tradicionales pierden poderes de decisión en temas que fundamentaron su soberanía externa y su monopolio interno, a favor tanto de grandes imperios como de pequeñas naciones. Al mismo tiempo, el número de estados nominalmente "soberanos" y de hecho aislados que fracasan aumenta en diferentes partes del mundo. 

Mirando el panorama de conjunto, el aumento del número de gobiernos democráticos pequeños que son viables parece apoyarse en su asociación a grandes áreas de tamaño "imperial" que proveen de bienes públicos como defensa, seguridad, acuerdos de comercio, monedas comunes y redes de comunicación. Mientras que algunos grandes estados soberanos, especialmente en Europa occidental, fueron capaces de mantener un control territorial y proveer bienes públicos con relativa eficiencia durante un período, el desarrollo de nuevas tecnologías de transporte y comunicación ha ampliado el alcance de los intercambios humanos factibles. Dentro de vastos imperios eficientes e internamente variados, las naciones pequeñas son hoy viables,a la vez que son más adecuadas que los estados grandes y heterogéneos para el autogobierno democrático. 

Un caso destacado de estos procesos mundiales (la Unión Europea) se analiza como un "imperio", dado que es una unidad política muy grande que se ha expandido continuamente hacia afuera, está organizada de diversas formas a través del territorio y tiene múltiples niveles superpuestos de gobernanza. La Unión Europea ha adoptado instituciones democráticas comunes de alcance europeo y ha hecho de la democracia la bandera de identificación de sus estados miembros. Pero con la integración económica transnacional también aumenta la especialización y las diferencias regionales a través de Europa, las cuales promueven demandas crecientes de autogobierno de las unidades pequeñas - de hecho, más de 200 gobiernos "regionales" y locales tienen delegaciones diplomáticas permanentes en Bruselas separadas de los estados miembros, para tratar directamente con las instituciones de la Unión Europea. (...)
Mendoza-Antofagasta-Guayaquil, 2010
La partición de los gobiernos de las naciones pequeñas en las instituciones de la Unión Europea, así como la cooperación transfronteriza entre gobiernos regionales y locales, erosionan persistentemente la soberanía de los estados europeos tradicionales. Esto no necesariamente preludia un momento de ruptura, sino más bien un proceso continuado por el cual la diferencia real entre la independencia y la autonomía formal de las pequeñas naciones será meramente una cuestión de grado. El autogobierno democrático de una pequeña comunidad es actualmente posible sin tener un ejército propio, fronteras con aduanas, es decir, sin tener un estado soberano. 

Europa occidental fue la escena histórica de la construcción moderna de estados nacionales, un modelo que bien no se ha aplicado, bien ha fracasado en gran parte del resto del mundo. Actualmente la validez del tradicional modelo europeo occidental de estado nacional soberano se ha debilitado aún más porque está en declive incluso en la experiencia original. Por el contrario, son los grandes imperios y las pequeñas naciones los que pueden constituirse como pilares de la expansión de la libertad, la democracia y el bienestar en el mundo actual. De algún modo Europa vuelve a aparecer como un posible modelo de referencia para construir unidades políticas eficientes y democráticas en otras partes del mundo [reduccionismo cuestionable, nota de JL] pero, en contraste con el anterior modelo homogeneizador de estado nacional, el actual modelo imperial europeo comporta diversidad territorial y democracia a múltiples niveles." 

Josep M. Colomer, Grandes imperios, pequeñas naciones, Barcelona, Anagrama, 2006. 9-788433-962423




lunes, 6 de diciembre de 2010

Teorizando dependencias

"La teoría de la dependencia proveyó a una generación de pensadores latinoamericanos de un amplio repertorio de argumentos victimistas a través de los cuales se explicó durante décadas todo cuanto ocurría en la región. " Las contradicciones del pasado, de los fantasmas de todas las revoluciones estranguladas o traicionadas a lo largo de la torturada historia latinoamericana", dice Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina (1971) son producto de la historia del capitalismo mundial, que es la historia "de la brutal competencia por las riquezas económicas y por el poder."
Esta teoría unifica a la sociología marxista con una doctrina económica llamada estructuralismo y que alrededor de 1948 se asocia en América Latina con un grupo de economistas ligados con la recién creada Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL). La proyección sociológica del estructuralismo fue pronto considerada por sociólogos y transformada en una teoría sobre dependencia y desarrollo que estableció una relación de producción y distribución entre las economías desarrolladas , llamadas centrales o metropolitanas, y las subdesarrolladas o periféricas. En Dependencia y desarrollo en América Latina (1969) Enzo Faleto y Fernando Henrique Cardoso describen esta relación como una función o posición en la estructura económica internacional que define las relaciones de dominio económico, social y político, más allá de un estado en el sistema productivo. "Tal enfoque", explican los autores, "implica reconocer que en el plano político-social existe algún tipo de dependencia en las situaciones del subdesarrollo, y que esa dependencia empezó históricamente con la expansión de las economías de los países capitalistas originarios."

Cromo de Vicente Morales
A partir de la teoría de la dependencia o en gran medida debido a ésta, en el pensamiento arquitectónico latinoamericano ha sido un a priori historiográfico común el uso del concepto "dependencia culatural". Esta dependencia se establece a partir de la imposición o la adopción de una cultura identitaria y moralmente ajenas al ser latinoamericano. Por ejemplo, en la Exposición Internacional de Arquitectura celebrada en Berlín en 1983, el historiador argentino Ramón Gutiérrez explicó "la transferencia" en las formas arquitectónicas latinoamericanas durante la segunda mitad del siglo XIX. Lo hizo a partir de la dicotomía del Facundo de Sarmiento - civilización (Europa) o barbarie ( América)- puntualizando que "ésta era la frase que expresaba la selección entre la añoranza por una cultura externa y el desprecio por las raíces ancestrales nativas".
Las interpretaciones históricas que se desarrollan a partir del imaginario ideológico de la dependencia tienen un fuerte componente de, llamémoslo así, retórica de la recriminación; un ejemplo de tercermundismo que, como señala Pascal Bruckner, sobrevivió a la desaparición del Tercer Mundo como entidad autónoma. " El rostro afligido del colonizado ha sido sustituido, de hecho, por el rostro aflictivo del descolonizado que desde hace cuarenta años acumula desencanto y estafa". En la historiografía arquitectónica de fines del siglo XX la recriminación se dirige a las elites latinoamericanas. En buena medida se considera que la importación de reflexiones y prácticas ajenas, su copia, transplante o repetición en la experiencia latinoamericana, es una política cultural de clase. Una no declarada pero no aceptada escala de valores, dice Marina Waisman, coloca aún en el plano más alto a las producciones de ciertos países considerados centrales. "Escala que se afirma y prolonga gracias a la actitud de epígonos que asumen, en su gran mayoría, los productores latinoamericanos."

Pocas historiografías contemporáneas, sin embargo, han reparado en que la relación entre estas elites y lo extranjero es inquietantemente ambigua. En el Laberinto de la soledad, por ejemplo, Octavio Paz señala que los mexicanos
no hemos creado una Forma que nos exprese. Por lo tanto , la mexicanidad no se puede identificar con ninguna forma o tendencia histórica concreta: es una oscilación entre varios proyectos universales, sucesivamente transplantados y todos hoy inservibles. 

Mural Grafitti, Santiago de Chile
Ruggiero Romano comenta que el juicio de Paz es severísimo, aunque ciertamente justo. Pero también es falso, indica, "porque Paz en el momento mismo en que formula su frase, es prisionero de proyectos transplantados como la "latinidad" y la idea de nación". Romano concluye que "en el fondo, su angustia proviene de que no llega a insertar en el molde de la idea europea de nación a su México vivo".
El planteamiento de Romano es interesante pero incompleto. Cierto es que el modelo de construcción de nación en América Latina durante el siglo XIX es distinto a otros modelos nacionalistas occidentales. Entre varias razones, por el protagonismo que tiene el argumento racial, pero, sobre todo, por la ambigüedad en la construcción de las fronteras entre lo nuestro y lo otro en el origen político de las naciones americanas. (...) Cabría cuestionar si los imaginarios europeístas de las elites latinoamericanas no son el producto de un común denominador: las múltiples y cotidianas redes con Europa. 

El poeta Neruda, comenta Ruggiero Romano, recordaba que a principios de los años veinte todos se llenaban la cabeza con lo último que llegaba de los trasatlánticos. 


No sé por qué, pero yo siempre he pensado que Pablo Neruda empleó "trasatlántico"en el sentido de "barco" más que de personas del otro lado del Atlántico. De todos modos, cualquiera que sea el sentido exacto del empleo de las palabras por parte de Neruda, queda un hecho: la dependencia, la espera del último número de la revista europea o estadounidense. 

Sin embargo, pocos supieron librarse de esta dependencia, dice el autor, y "se llegó al colmo de que algunos escribieron sus obras en francés o inglés". Cabría preguntarse si esto fue un acto de dependencia o de reconocimiento de lo propio. "


Johanna Lozoya, Ciudades sitiadas. Cien años a través de una metáfora arquitectónica, México, Tusquets, 2010. ISBN978-607-421-179-5